miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Qué eres una bombillas con vatios o fundidas?

Adjunto un fragmento literal de “Vivir la vida con sentido”, escrito por Victor Küppers que me ha parecido muy interesante para autopreguntarse. ¿Qué eres una bombillas con vatios o fundidas? :o)

           
BOMBILLAS CON PATAS

Todas las personas somos bombillas. Porque transmitimos. Sensaciones, emociones, sentimientos, transmitimos. Hay quien lo llama feeling, o química, pero lo cierto es que todos lo hemos experimentado. Hay veces que conocemos a una persona y al cabo de tres segundos pensamos: «¡Uau!, ¡ole, ole y ole!». En otras ocasiones, conocemos a personas que también en tres segundos pensamos: «Ufff». No sabemos por qué, pero en tres segundos hemos tenido una sensación. Un feeling. Lo notamos. No es racional, no es por la ropa, ni por la cara, ni por el tono. Es simplemente lo que transmite esa persona. A veces nos equivocamos y pasa el tiempo y cambiamos de opinión, pero tenemos esa sensación a los tres segundos, la tenemos cuando nos miramos a los ojos.

Todos transmitimos. En ese sentido, todos somos bombillas, bombillas con patas, porque nos vamos moviendo por la vida. Pero no todos transmitimos lo mismo, en la vida hay personas que van a 30.000 vatios y personas que van fundidas. Entre 0 y 30.000 estamos todos :–). Pero nos gustan las personas que van a 30.000, las que transmiten alegría, entusiasmo, optimismo, honestidad, serenidad, transparencia, confianza, esas personas brutales que de vez en cuando
tenemos la suerte de conocer.

Recuerdo un día que iba a dar clase a la facultad. Era temprano, debían ser las 7.15 de la mañana. Como hacía habitualmente, antes de ir a clase pasaba por la máquina de café, echaba la monedita, cogía el café y caminaba hacia el aula. Ese día me encontré a dos alumnos sentados en un banco. «Buenos días –les dije–, ¿qué hacéis aquí a estas horas, sentados en un banco?» «Aquí estamos, profe –me dijeron–, puntuando.» «¿Y qué puntuáis?», les contesté. «Pues nada, las “churris” que van pasando.» «Vaya –les contesté entre risas–, voy con tiempo, ¿me puedo sentar un ratillo?» «Sí, sí, profe –me contestaron–, siéntese, que cogerá usted criterio.»  Al cabo de un momento, uno de los dos alumnos dice: «Un siete a la izquierda», y los tres giramos la cabeza hacia ese lado. De repente, el otro alumno nos dice: «Qué queréis que os diga, a mí no me parece para tanto, yo le pondría un seis». Yo recuerdo que me salió del alma: «¡Pero qué exigentes!, ¡para mí es un nueve!». Los dos giraron la cabeza, me miraron fijamente y me dijeron: «Claro, profe, usted ya está en los cuarenta y entendemos que todo lo que se mueve con patas es un nueve para usted».

Igual que jugamos a puntuar, a todas las edades, si ahora cualquiera de nosotros se asomara por una ventana y viera personas caminando por la calle, ¿podríamos jugar a puntuar los vatios que transmite cada una de ellas?, ¿podríamos adivinar las sensaciones que transmiten? Seguramente con alguna podríamos confundirnos o tener dudas, pero no tendríamos problemas con la mayoría. Sólo viéndolas caminar podríamos pensar: «Vaya, esa persona se le ve que va alegre», o «mira aquélla, parece triste, va un poco fundida». En la vida, todos transmitimos esas energías, positivas o negativas, y los demás las captamos. Hay personas que transmiten sin ni siquiera verlas, transmiten por teléfono, o por mail. En nuestras relaciones con los demás, esa energía que desprendemos es fundamental para determinar la calidad de las mismas. Porque en la vida nos va según lo que transmitimos.

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